viernes, 9 de septiembre de 2011

El equilibrista sin red y sus inoportunas ganas de mear la oscuridad.

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Reírse mucho y observarse desde lo alto en un punto indefinido y perdido en la oscuridad, tener como acompañante el reloj del corazón que es el tiempo real de la vida, sentir el viboreo del juego eterno en cada acción, conciliar el sueño físico a sabiendas de que el soñar es otra dimensión que prueba el viaje de la muerte, una muerte diaria y subestimada, presente en cada hoja o en el parpadeo del pensamiento, en cada palabra que se pierde en la energía del aire, pero aquí llegaron las convenciones, los saludos, los abrazos y el símbolo: conversación y análisis, nada de hechos y si suceden, típicas comparaciones metidas en oraciones vueltas problemas diarios, rutinas que nos alejarían del punto que nos observa originalmente, que no sería dios sino nosotros mismos riéndonos del miedo que provoca jugar el juego del equilibrista sin red siempre a diez centímetros del suelo, y aún así usando la cabeza para imaginar el desastre.
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