jueves, 14 de abril de 2011

A vivir que se te terminan los recuerdos que te murmuraba al oido tu vosecita de la infancia.

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Y mueren, aún siguen allí esos productos de oferta y la empleada de la tienda barre distraidamente la vereda e ingresan adolescentes al colegio privado, se saludan automáticamente y mueren, siguen dejándome los instantes donde me guardo lo mejor, para después, para un tal vez esté preparado cuando me sienta capaz, cuando se den las condiciones y no se que otras mentiras muy razonadas y pulcramente presentadas, sostenidas y aseguradas (arraigadas) en esta forma de relacionarnos tan especulativa y calculada, seguirán abandonandonos los instantes y los amigos pasarán lentamente con sus proyectos y sus hijos creciendo, con sus dolores y angustias un poco más lejos de la superficie, con sus alegrías y ausencias que uno deja pasar, donde debería haber estado y se quedó, por aburrimiento, por cobardía, timidez, y se mueren las posibilidades, no son infinitas, pués infinitas son las vidas, según parace, donde repetimos esta indiferencia a este morirse maquillándolo de rancia tranquilidad mal disimulada.

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