lunes, 8 de febrero de 2010

El bolichero hace amistad con la parca

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Desaparece una persona, muere. Nos quitan la posibilidad de verla, para siempre, nunca mas hablar, sonreír....... La naturaleza funciona de esa manera, desde siempre y en todo. Muy bien, entiendo y veo su fría perfección. Tal vez, la belleza de la vida, resida justamente en ver que todo muere y nace a cada instante, y que ese instante es lo único que tenemos, la única y real posibilidad. Pero es fácil dispersarse, por algo elegimos vivir absurdamente.
Estoy detrás de un mostrador, atiendo al público, nueve horas diarias, los domingos libres. Hablo con mucha gente, escucho sus problemas, me relatan sus placeres.
Vivo en la casa que nací, murieron mis padres y mi hermano se casó y se mudó. También vive conmigo una rubia que todos mis amigos y conocidos miran, a la que no presto demasiada atención y que, cuando nos cruzamos, escucho como escucho a los clientes en el trabajo.
Hoy me contó que había muerto su mejor amiga, parecía nerviosa y le solté el discurso con que abro este relato. Mi intención fue buena, pero solo logré sentirme muy lejos de ella, que se fue, con su tristeza, por un tiempo dijo, lejos de mi.
Pienso en la muerte mientras miro fijamente la pava en el fuego, en realidad no pienso en nada, veo la muerte, veo clientes que estaban vivos y que deje de ver, como si hubieran elegido otro negocio pero que luego me enteré muertos, recuerdo recordar los últimos despreocupados diálogos, las últimas sonrisas que me dedicaron.
Se hierve el agua. No creo que la muerte sea triste, es demasiado habitual, pero vaya que resalta la vida y la posibilidad eterna de acoplarse al instante. Es el pensamiento, imbécil.
Después de tomar mate sorprendo a mi hermano con una visita, hasta me quedo a cenar, un poco forzado, un poco actuado, puede ser.
Pero lo insólito es mi liviandad, como si me despidiera, quizás puse nerviosa a la muerte y me quiera asustar pues cuando me despido de mi hermano y su familia me quedo parado en la vereda moviendo estúpidamente la mano ante sus caras de perturbación.
¿Me quieres asustar o quieres ser mi amiga?, la interrogo antes de dormirme y soñarla, casi ya en sus exclusivos dominios.
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